Antes de que llegaran los patrocinadores, los coches de competición lucían sus “colores nacionales”, atribuidos por el conde Zborowski en la Copa Gordon Bennett de 1900. El rojo-Italia, el azul-Francia o el “British Racing Green” acompañaron a los “bólidos” hasta 1968, cuando la norma fue derogada. Aún hoy estos “Racing Colours” siguen vivos en marcas como Ferrari, Aston Martin, Alpine o Mercedes pero ¿qué significado tienen?
La Copa Gordon Bennett fue el primer Campeonato del Mundo de Automovilismo, aunque nunca ostentó ese título. Se disputó entre 1900 y 1905 y a ella acudieron las principales marcas y pilotos. Su organizador, el conde Eliot Zborowski, decidió identificar los vehículos por países adjudicándoles distintos colores (poco más tarde la Gran Guerra también crearía otros símbolos nacionales). En origen, Francia usaría el azul, Alemania el blanco, Bélgica el amarillo y EE.UU. el rojo.
Cada país tenía que emplear un color distintivo oficial
A partir de 1902, Gran Bretaña adoptó el color verde e Italia usurpó el rojo a los americanos desde 1907. Estos pasaron a emplear una combinación de azul y blanco. Otros países fueron incorporándose con los años, recibiendo distintas combinaciones de colores de la AIACR (Association Internationale des Automobile Clubs Reconnus, antecedente de la FIA). Esta norma se fue extendiendo a todas las competiciones, desde los Grand Prix a carreras de Resistencia como Le Mans, aunque no se exigía más que a las marcas y no a los pilotos privados.
Hasta la II Guerra Mundial –las décadas de los ’20 y ’30- el automovilismo creció y se reglamentó mucho más, incluyendo los obligatorios colores nacionales. Sin embargo, Alemania cambió el blanco por el plateado cuando –para alcanzar los 750 del peso máximo de Grand Prix en 1934- Mercedes tuvo que despintar sus coches dejándolos en metal desnudo. Nacieron las “Flechas de Plata” fácilmente identificables de los rojos Alfa Romeo y Maserati, sus principales oponentes.
Nuevas naciones, nuevos colores después de la Guerra
Tras la contienda, la norma se reinstauró desde los años ’40 en todas las disciplinas europeas y mundiales, añadiéndose nuevas combinaciones de los nuevos países en liza (España rojo y amarillo, Argentina azul y amarillo, Australia naranja…). El nacimiento de equipos privados aportó más variedades, como el azul y blanco escocés de la Ecurie Ecosse o de Rob Walker. Y tampoco era el mismo verde el usado por Jaguar que por Aston Martin, BRM, Vanwall o Lotus. Ni tampoco el rojo de Alfa Romeo, Ferrari, Maserati o Abarth.
Lógicamente, en América regían otras normas… o ninguna. Las marcas americanas sí debían llevar sus “Racing Colours” en Europa, pero en su tierra reinaba la libertad de decoración. Eso se extendía al resto del continente: en la Carrera Panamericana de México (puntuable para el Mundial de Marcas) se permitían hasta los patrocinadores y las decoraciones más extravagantes.
En 1968 entraron los patrocinadores comerciales
En Fórmula 1 y en Le Mans se mantuvieron los colores nacionales hasta mediados los años ’60. Ford rompió la norma en 1966 cuando llevó sus GT40 Mk2 pintados de estridentes colores a la prueba francesa. Y, desde 1968, se aceptó el primer monoplaza con un patrocinador externo. Fue el Brabham del piloto sudafricano John Love, que lucía los rótulos de los cigarrillos Gunston. En el siguiente Gran Premio, la propia Lotus abandonaba el verde y amarillo en favor del blanco-rojo-dorado de Gold Leaf.
Finalmente la FIA , ante la presión de los equipos, no tuvo más remedio que levantar la prohibición, cuando la mayoría de los coches de carreras ya contaban con “sponsors”, muchos de ellos tabaco y alcohol. Antes que eso ya habían existido marcas “díscolas” como Brabham y Surtees, que lucían sus propias combinaciones cromáticas. O Escuderías privadas que portaban sus propias decoraciones, o –simplemente- acaudalados pilotos privados que no debían nada a marcas o países y se identificaban a sí mismos.
Muchos equipos aún conservan como base su color nacional
Sin embargo, no deja de ser curioso que 120 años más tarde de la decisión “olímpica” del conde Zborowski, los colores nacionales sigan apareciendo en los coches de carreras. Ferrari sólo renunció al rojo en un breve conflicto con la FIA (inscribiendo sus coches bajo licencia americana). Los franceses Bugatti, Gordini, Matra, Renault o ahora Alpine siguen fieles al azul. Los alemanes oscilan entre el plateado y el blanco (Mercedes, BMW, Porsche, Audi…). Y los ingleses siguen enorgulleciéndose de su “British Racing Green”, aunque nada tenga que ver el verde metalizado de los Aston Martin con el tinte original de Bentley.