Gilles Villeneuve, “l’enfant terrible” de la F1

Algunos aficionados a la Fórmula 1 ven en Max Vestappen la agresividad y la forma de conducir de Gilles Villeneuve. Pero sólo comparten esa indiferencia al riesgo. Villeneuve tenía una calidad humana muy superior, que le hizo ganarse a los “tifosi” y hasta al duro corazón de Enzo Ferrari. Este año se cumplen treinta desde su prematura desaparición en aquel fatídico G.P. de Bélgica de 1982.

Gilles Villeneuve

Gilles Villeneuve pertenece a una época de la Fórmula 1 en la que sus pilotos eran personajes dignos de admiración. Por su calidad humana, por el riesgo que corrían, por su afición… No por los éxitos deportivos asociados a compensaciones económicas, como ahora. Entonces se corría y se moría por amor a la velocidad y a los coches de carreras. Y eso generó ídolos para la afición que se recuerdan y lloran aún, muchas décadas después de su desaparición. Gilles Villeneuve –sin haber conseguido ser Campeón del Mundo- es uno de ellos y lo será siempre.

Gilles Villeneuve fue el héroe de la F-1 de muchas generaciones

A quienes seguíamos su carrera deportiva nos transmitía pasión con sus maniobras imposibles. Y a la Fórmula 1 le aportaba un revulsivo de frescura frente a la árida tecnología y la conducción académica de muchos de sus rivales. Porque, formado en las competiciones de “snowboard” sobre nieve, aplicó su espectacular estilo de conducir a los monoplazas, especialmente en condiciones deslizantes o con coches inestables. Desgraciadamente, a Gilles le tocó la etapa de los “wing-cars” que iba en sentido opuesto a su exuberante estilo de derrape controlado… ¡casi siempre!

Gilles Villeneuve

Su paso por la Fórmula 1 fue meteórico, en todos los sentidos. Llegó por méritos propios y por la admiración de James Hunt (campeón del mundo) tras una carrera de Fórmula Atlantic donde le ganó. Dominador en esa especie de Fórmula 2 americana, Villeneuve aceptó un puesto de tercer piloto de McLaren en 1977, pero nunca se llevó bien con Teddy Meyer, el patrón del equipo. Aunque su breve actuación a bordo de un veterano M23 llamó la atención del “comendattore” Enzo Ferrari, quien le fichó sin dudarlo para la Scudería a finales de 1977 (sustituyendo a Lauda) y casi lo adoptó como un hijo.

Adoptado por el «comendattore» Enzo Ferrari

Los comienzos de Villeneuve no fueron muy diferentes de los de Verstappen: salidas de pista, accidentes, errores demoledores… En Japón salió volando y aterrizó sobre un grupo de espectadores matando a dos de ellos. En 1978 continuó su mala racha de accidentes y abandonos, hasta que fue serenando du carácter y terminó la temporada con un segundo puesto en Monza y una victoria en Montreal, su Gran Premio. La prensa italiana dejó de pedir su cabeza, a la par que el público disfrutaba con su conducción, sus adelantamientos y su coraje.

Gilles Villeneuve

Creo que todos los aficionados de aquella época tenemos en la cabeza dos imágenes de la temporada 1979, cuando batallaba con el Ferrari 312 T4 sin apenas “efecto suelo” contra los Renault Turbo, los Lotus, Williams y demás equipos con “wing cars”. Una fue su famoso duelo con el Renault de Arnoux por el segundo puesto del Gran Premio de Francia en Dijón, donde llegaron a tocarse varias veces y del que salió vencedor. Otra fue el Gran Premio de Holanda, cuando reventó una rueda trasera y llegó a boxes dejándose medio coche en el camino ¡y aún quería seguir! Aquel año tuvo el valor de ganar tres carreras y acabó subcampeón del mundo.

Una carrera en F-1 marcada por Ferrari

Tras un 1980 desastroso con el 312 T5, Ferrari se rehízo con su primer motor V6 de 1.500 cc Turbo. Con el 126C de 1981 –un coche dificilísimo de conducir a causa del retraso de respuesta del turbo- Gilles Villeneuve firmó dos de sus grandes gestas en Fórmula 1: la victoria en el G.P. de España (la última del Jarama), con cinco coches pegados a su alerón toda la carrera, y la del Gran Premio de Mónaco (en el retorcido circuito urbano) unos días después. Allí ganó el piloto, no el Ferrari.

Gilles Villeneuve

Rediseñado por el británico Harvey Postlethwaite, y con un motor turbo más evolucionado, el Ferrari 126C2 fue el mejor coche de la temporada 1982. Ferrari contaba con un par de pilotos jóvenes y rápidos, que se llevaban muy bien: Gilles Villeneuve y Didier Pironi. Pero eran dos gallos en el mismo gallinero. En Imola, Pironi no respetó las órdenes de equipo y adelantó a Villeneuve en la última vuelta. A partir de entonces dejaron de hablarse, la rivalidad fue máxima y, además, se estaban jugando el Campeonato del Mundo. La tragedia se veía venir…

Su rivalidad interna con Pironi le llevó al accidente

Unas semanas después, en Zolder, sede del Gran Premio de Bélgica, ambos se disputaban la “pole” en entrenamientos. Villeneuve salió a por todas, pero se encontró en su vuelta rápida con Jochen Mass, que volvía despacio a boxes. No se entendieron y el Ferrari se subió sobre las ruedas traseras del March y despegó a más de 220 km/h. Cayó como un misil, se rompieron los cinturones y Gilles salió despedido y sin casco del chasis. El accidente fue mortal de necesidad.

Gilles Villeneuve

El duelo por Villeneuve fue mundial. Todos le querían y respetaban. Llevaba una vida sencilla, con su mujer Johana y sus hijos Jacques y Melanie, con quienes compartía “roulotte” en el paddock de cada circuito. Era tímido, pero amable, poco dado a hablar de más ni a criticar a sus rivales. Rapidísimo en la pista hasta el exceso, capaz de cosas increíbles, era seguido por miles de “tifosi” en todo el mundo. Enzo Ferrari le situó entre sus pilotos favoritos, ya que le recordaba en muchas cosas a Tazio Nuvolari. Con los años, su hijo Jacques –con una personalidad muy distinta- superó en éxito a su padre, proclamándose Campeón del Mundo de F-1 y ganando las 500 Millas de Indianápolis. Pero pocos se acuerdan de él y nadie le venera como a Gilles.

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